Al actor Edgard Guillén que sigue iluminándonos
con su poética presencia de andante arlequín.
Luz de jaspeada sangre
ilumina impecable oscuridad
de distanciado mundo,
previstos sortilegios escarbando
rutilantes nubes
burbujeadas palabras
fangosa lluvia orquestada
con miserables cantantes de opereta
representando circundante hurto
del hechizo del fuego
amparándose en la magia incipiente
emanada de contrapunto amaestrado,
dirigidos por director sollozando
encerrado en opaco cuarto
sin vida, insoluto,
quien delira por el hambre
sondeando la risa con el llanto
diseñando huéspedes
con desorbitantes espejos
para barba rala y cuencas vacías
de único espectador,
atesorando la mística de un insurrecto Dios
o la ebria reunión de mil dioses
en fantasmal atrio
rodante teatro
excavado de ermitaño árbol,
aflorando sus inaudibles deseos
y luciérnagas de sueños lunares
fabricados en arqueada,
vergonzosa realidad:
Lloran al verse ungidos
en dudoso, afiebrado,
mal herido y palpitante cuerpo
de un dios terreno
enclavado
solitariamente en butaca otoñal,
quien manipula sus cuajados juegos
aproximados al espejo de la sonrisa
e inventa sus sueños circunspectos
a ígneas campanas de dos cuerpos
imaginados en un simple, quejoso
y vano poema.