Siento el latigazo final
bajo el brazo.
Fuerzo una rendija en el aire
para respirar prisiones de parejas
manejar rutas raras, inciertas,
conocer el triste ruido del serrucho.
Me inunda la certeza que construyen
la habitación final con clavos,
cuerdas, maderos,
mi cuerpo extendido,
distante.
Resplandece la cruz de mis poemas.
Un manantial de amigos desolados
me inquieta como agujas climatéricas,
más no puedo acompañarlos
no merecen tanta pena
y desgarro.
Mi músculo risorio se enerva.
Sólo en espasmo de humanidad
- una excusa para tomar aire -
Sufre desmembrada diástole
gastando insuficientes plaquetas, agua,
como queriendo reponer
fragmentado corazón
de carnales vientres
prohibidos.
Descifro el lenguaje desnudo
del eremita guardián de la palabra
que me delata mi anticipado fantasma
en la sombra cruzada de maderos
del atardecer de mi muerte
en asfixiante víspera,
descarriada.
Y levanto la mirada
en busca del postillón.
Lo veo empalando mis dominios
danzando el escuálido testamento
y planta su desvencijado callado
en sangrante fango
de mis verticales
talones.
Saca un trapo de su costilla
y me seca el sudor de polillas
menstruando
y arranca mi sexo
puesto a secar.
Entablilla mis órganos menores
que no caben en mis desnudos zapatos.
Desperdiga montañas de chillidos
al no poder penetrar en mi erguido pecho,
se ahoga, crece, duplica, se nutre
en medianía de mi sombra,
y algún secuaz espectro
ofrece lascivo látigo.
filudo.
Y en legítima defensa le esputo
un verso de amor no pronunciado
y lo cubro de vejez.
inmortalidad,
fluidez.
Decide expulsarme.
Anodino,
camino desertado
y ...me pesa.